La iniciativa partió en
noviembre pasado, a propuesta de Héctor Boock (UCR), y luego de pasar por
comisiones llegó al recinto para ser tratada por la totalidad del Concejo
Deliberante, prácticamente en el cierre del mandato. Más allá de alguna excusa
circunstancial, lo cierto es que Omar “Coquito” Villalba no tiene un espacio
público con su nombre porque a criterio de aquellos ediles fue “marihuanero” y
“ningún ejemplo para este pueblo”, aunque no lo dijeron abiertamente.
El recuerdo de “Coquito”
persiste en la feria regional de artesanos y en muchos de los vecinos de El
Bolsón.
El proyecto legislativo del ex
concejal Héctor Bock propuso en su momento rendirle homenaje a este pequeño
hombre, devenido en personaje popular por su parecido a un duende simpático,
aparejado a los mitos y leyendas que tanto cautivan a los turistas.
Aquellos que llegan a este rincón del
planeta convocados por los hippies, los bosques y el “vale todo” que se
imaginan en estos valles cordilleranos.
“Coquito”, aquel que llegó en
los ’50 como alto funcionario del gobierno peronista para solucionar los
problemas sociales de los escasos pobladores, fue luego protagonista de miles
de fotos que se tomaban con él los visitantes.
La idea de Boock fue,
precisamente, “reconocer a este personaje que se supo ganar al cariño de todos
en la feria, convirtiéndose en un mito viviente ya que verlo con su bastón
lleno de duendes era como ver un duende de verdad. La plazoleta (pensada cerca
del hospital, quizás porque vivió un tiempo en la vieja torre), tendrá una
placa y, si algún artesano lo dispone,
también una escultura de ‘Coquito’ para que los turistas vuelvan a
fotografiarse con él”.
Sin embargo, la realidad le
demostró que “muy pocos de los concejales estuvieron de acuerdo con su
propuesta y su sola mención volvió a despertar enconos que dividen históricamente
a los lugareños entre NyC (nacidos y criados) y VyQ (venidos y quedados); junto
a las antinomias entre artesanos y los que piensan que son todos drogadictos y
que no hay que hacer apología del delito”, según interpretó ayer un analista
político de ocasión.
Aquel duende
“Ese que se lo veia pasear por
la plaza Pagano con un baston, yendo de acá para allá, y que si te veía sentado
se te acercaba y te decia con su vocecita’Coquito, pesito, Coquito’. Le dabas
una moneda y te contaba la historia de su vida”, recuerda alguien en la web.
En cambio “si se juntaba con un
‘hardcor’ o un ‘rasta’ y le convidaban un porro de marihuana o una’pepa’ de
acido..., ¡paapito!, entraba a dar saltos, se colgaba de los árboles y te
contaba la historia de su vida como tres veces”, agrega.
“Coquito” falleció hace unos
años y El Bolsón “no volvio a ser el mismo, aunque algunos aseguran que lo del
duende era todo chamuyo para sacarle euros y dólares a los turistas, que en
realidad el petiso era un puntero borracho y peronista,que en la época del
general fue al sur a entregar viviendas y planes trabajar”, valora finalmente
el mismo cronista.
¿Quién fue en realidad?
La historia de Omar Villalba
quedó refleja por el historiador regional Juan Domingo Matamala: “Llegó a El
Bolsón en 1954. Al arribar a San Carlos de Bariloche lo aguardaba una comitiva
de autos y motocicletas que haciendo sonar sus bocinas y la banda con sus
marchas militares lo recibieron con honores de primer mandatario. Eso se debía
a que había sido designado por las autoridades nacionales como delegado
personal de Juan Domingo Perón y de la Fundación Eva Perón”.
“Dotado de un poder
prácticamente ilimitado, Villalba fue trasladado a El Bolsón. En Río Villegas
la comitiva fue detenida por un oficial de Gendarmería para control. Esto
generó la bronca del personaje, quien
inmediatamente ordenó quince días de arresto para el uniformado”, graficó el
escritor.
Y prosigue: “Llegado a El Bolsón
se lo albergó en el imponente hotel Piltriquitrón. Allí instaló su cuartel
general y comenzó a desplegar su tarea: relevar las necesidades de la gente. Un
colchón aquí, una cama allí, un arado para este vecino, una cocina para la
señora, un helicóptero para fulano, una bolsa de harina para sultano, todo era
prolijamente anotado y luego se esperaba la llegada de lo solicitado por el
señor delegado”.
“De pequeña estatura, un
gurrumín investido de poder, era de temer su mal genio para algunas ocasiones.
Cierta noche no podía conciliar el sueño en su cómodo cuarto del hotel debido
al ruido metálico que producían las punteras de acero de los borceguíes de los
gendarmes que oficiaban de guardias. A las cuatro de la mañana dio la orden de
que todos los gendarmes debían quitar las punteras de acero en forma inmediata.
Y las órdenes no admitían discusión”, graficó Matamala.
Otra: “Palabra del delegado: no
había más autoridad que él. En una ocasión en su permanente peregrinar en busca
de problemas a solucionar, fue trasladado hasta la otra orilla del lago Puelo.
Lo hacía en una lancha de Gendarmería.
Se producen noticias de último
momento y el comandante ordena al timonel regresar a la costa. Villalba,
ofuscado por la situación, ordena proseguir hacia la otra orilla. Como
resultado de ese tire y afloje, se le informa al delegado que pasa en calidad
de detenido al cuartel de la fuerza de seguridad”. “¿Qué había sucedido? Se
descubre que Omar Villalba es un impostor. No es el que dice ser o que le
hicieron creer que era”.
Aquellos tiempos
Ya en el personaje de “Coquito”,
él mismo recordó que “cuando llegué a Bariloche y me recibieron como a un jefe
de Estado, yo pensé deben estar esperando a otro. Pero no. Me esperaban a mí.
Imaginate. Me ofrecían una bandeja de plata con masas y no la iba a despreciar.
Así que me la creí. Pero cuando el comandante de Gendarmería me llevó preso
viví una experiencia triste. Él antes me lustraba los zapatos y ahora se los
tenía que lustrar a él. Pero no me arrepiento. Tuve mi día de gloria y mis
noches de llanto”, valoró aquel duende de las calles bolsonesas, luego de haber
sido durante años el lustrabotas de El Bolsón.
Ya en el 2000, “Coquito” tenía
73 años. Había filmado dos películas y vivía en “una casita como para él” a las
orillas del rumoroso río Quemquemtreu. Se paseaba “ con su bastón lleno de
pequeños duendes, con su gorro a rayas largo y desteñido, siempre bien
acompañado de preciosas mochileras y su vida sigue entrando cada día más en el
mágico mundo del mito y la leyenda”, según contó por entonces Juan D. Matamala.
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